Árbol (mitología)
El árbol ha servido como símbolo en casi todas las religiones, desde las más primitivas hasta el cristianismo. El haya y la encina estuvieron consagrados, entre los antiguos, a Júpiter; el laurel a Apolo; el mirto y el loto a Venus; el ciprés a Plutón; el narciso a Proserpina; el fresno a Marte; la adormidera a Ceres y a Lucina; la vid, el pámpano y la hiedra a Baco; el álamo a Hércules; el cedro, el aliso y el enebro a las Euménides; la palmera a las Musas, y el plátano a los Genios. Buda alcanzó la iluminación bajo el árbol Bodi, ejemplar de Ficus indica. Cristo maldijo a la higuera que no llevaba fruto. Dante Alighieri transmuta en árboles las almas de los suicidas. Los oráculos de Zeus, en Dodona, eran encinas parlantes. En el Paraíso edénico estaban plantados, según dice el Génesis, el árbol de la Vida y el de la Ciencia del Bien y del Mal. Por antinomia, en liturgia se llama con frecuencia árbol al santo madero de la Cruz.
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