La obligación de demostrar la limpieza de sangre —en expresión equivalente, la pertenencia al grupo de los cristianos viejos— para poder ocupar determinados cargos públicos o ingresar en determinadas instituciones se remonta en España a 1483, fecha en que la Orden de Alcántara la incluyó en sus estatutos; existen, sin embargo, antecedentes que hunden sus raíces en la baja Edad Media.
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