Llegó a Toledo en 1134 con el deseo de leer el Almagesto de Ptolomeo, inaccesible en el resto de Europa, y en esa ciudad permaneció hasta su muerte. Ayudado por varios colaboradores, como Daniel de Morlai o el canónigo Marcos, culminó el trabajo desarrollado en la primera mitad del s. XII por Juan Hispano y Domingo Gundisalvo, con el patrocinio del arzobispo Raimundo, verdadero fundador de la conocida como Escuela de Traductores de Toledo.
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