XIII. Al servicio de Francia
Leonardo da Vinci en Roma Al morir el papa Julio II en febrero de 1513, ascendió al solio pontificio Giovanni de Médicis con el nombre de León X. El nuevo papa era uno de los tres hijos de Lorenzo el Magnífico. Con León X se estableció en Roma su hermano Giuliano, que pasaba por gran protector de las artes y las letras. Parece que era más vanidoso que otra cosa, pero le gustaba vivir rodeado de artistas, filósofos y poetas. Leonardo aprovechó esta circunstancia para buscarse un nuevo protector y debió hacer algunas gestiones para entrar al servicio del refinado Giuliano. Nada se sabe a este respecto, pero en su diario hay una nota que dice lo siguiente: «Salgo de Milán para Roma el día veinticuatro de septiembre, 1513…» Siempre tan discreto y enigmático apenas si deja huellas de sus pasos, aunque no así de su obra y de sus investigaciones, que se pueden seguir con facilidad por sus cuadernos de notas. No obstante, consta que a principios de diciembre de aquel mismo año vivía en las habitaciones que habían preparado para él en el palacio de Belvedere, situado en la cumbre de la colina del Vaticano y residencia de Giuliano el Magnífico. Su principal trabajo consistía en satisfacer las aficiones extravagantes del nuevo mecenas. «El estudio de Leonardo —escribe Jay Williams— se llenó pronto de espejos ustorios y deformantes que hacía para su protector. La mayor parte de su tiempo la dedicaba a la construcción de máquinas para la fabricación de dichas curiosidades; entre ellas había un enorme banco de estirar que producía tiras de cobre de tamaño uniforme, y que fue la primera máquina de este tipo que se conoció. Al mismo tiempo realizó lo que Vasari llama “una infinita cantidad de extravagancias”: figuras huecas de animales, por ejemplo, hechas de una especie de pasta de cera que llenaba de aire. Vasari nos dice también que “un dia el viñador del Belvedere encontró un lagarto muy extraño, para el cual Leonardo construyó unas alas con la piel de otros lagartos… que llenó de azogue, de modo que cuando el animal caminaba, las alas se movían también con un ligero temblor; le puso ojos, cuernos y barba, lo domesticó y lo encerró en una jaula; se lo enseñaba a los amigos que le visitaban, y cuantos lo veían salían corriendo aterrorizados”.»
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