XII. Comienza el declive: desilución y pesimismo
El principio de la muerte Mientras tanto, Freud ha escrito otro libro: Más allá del principio del placer. La violencia, destrucción y agresividad que desencadenó la guerra le hacen reflexionar sobre las fuerzas que llevan a ello. En la estructura de la mente, él había definido el inconsciente —el Id— como regido por el principio del placer, que obtiene a través del Ego en la medida en que es posible según las posibilidades del mundo exterior en el que vive el individuo. Ahora, sin embargo, ve Freud que existe otro elemento, que hay dos tendencias antagónicas en la mente, que junto al principio del placer existe, asimismo, el principio de la muerte. Este instinto se manifiesta a través de la agresión, de la crueldad y del masoquismo, que es la crueldad dirigida hacia uno mismo. Observa también la tendencia o compulsión a repetir actos que no pueden traer placer, sino desagrado, tendencia que tiene lugar no sólo en personas adultas, sino también en los niños. La observación de su nieto pequeño se lo confirma. En el tratamiento de sus enfermos ya había visto esta tendencia manifestada al relatar y revivir, una vez tras otra, pasados sucesos desagradables, y ahora se da cuenta de que los niños también lo hacen. Lo interpreta como algo que está dirigido a superar totalmente su impresión inicial y, de este modo, abolir la tensión que crean, para conquistar la dificultad y poder así deshacerse de ellos. Es esta una especulación filosófica que, junto con el principio de la muerte, no llegó nunca a ser totalmente aceptada por sus seguidores; pero él, con el transcurso del tiempo, se fue afirmando cada vez más en ella. Aunque Freud siempre lo negó, sus críticos vieron en el desarrollo de este nuevo principio un reflejo de su propia desilusión con respecto de la civilización y una reacción al dolor personal que sufre debido a la muerte de su hija. Freud se defiende diciendo que lo había formulado antes del acontecimiento, pero sus biógrafos nunca se han puesto de acuerdo en esto. Una vez más, vemos a Freud negándose rotundamente a admitir que sus teorías tengan su base en su propia experiencia subjetiva, sino en hechos objetivos que él descubre a través de la investigación y el rigor científico. La decepción, la desilusión, el dolor y el comienzo de la vejez, son, todo junto, parte de la vida de Freud en estos años. Además de las razones puramente personales o familiares, el comportamiento de los hombres y de los pueblos le han llevado a especulaciones sobre el futuro de la civilización y del progreso, y las conclusiones a las que llega son profundamente pesimistas. Durante estos años ha tenido lugar otro suceso que le ha llevado a confirmarse en su pesimismo. La esperanza de liberación que los acontecimientos de Rusia parecían anunciar, basada en un idealismo que debía traer la justicia social, la igualdad y una vida más digna para todos los hombres, se había desmoronado. La presunta libertad había terminado en una dictadura férrea; la igualdad y dignidad, en millares de muertos y de presos en campos de concentración. La Revolución rusa había comenzado en 1917, un año antes de que terminara la primera guerra mundial. Para Rusia significó el fin de la dinastía Romanov, cuyos zares habían reinado durante trescientos años. Pero la alteración radical del orden social y político que trajo consigo no se limitó a ese país, sino que pronto comenzó una política expansionista que se convertiría en el mayor peligro político y económico para el resto de Europa. Veinticinco años más tarde, dominaría la mitad de ella y se habría extendido por todos los continentes. La Revolución tuvo su raíz en el profundo descontento social que existía en Rusia desde comienzos de siglo. El 80 por 100 de la población era campesina y estaba sumida en una pobreza extrema; la clase media apenas se había desarrollado debido a la concentración de la industria en unos pocos centros, controlados por el Estado y compañías extranjeras; la aristocracia, compuesta por grandes terratenientes, se negaba a evolucionar hacia una mayor justicia social y distribución de la tierra. El zar disponía de poder casi ilimitado y de gobiernos incompetentes. La entrada de Rusia en la guerra, con las terribles derrotas y pérdidas que tuvo que soportar desde el principio bajo el empuje alemán, sólo logra aumentar el descontento interno, y la Revolución se hace inevitable. De hecho estalla en octubre de 1917. Ante estos fracasos, el zar Nicolás abdica y es llevado con el resto de la familia real a Siberia, donde en 1918 son todos fusilados. Con la abdicación del zar, el país queda constituido en república, cuyo gobierno se disputan los liberales, los socialistas y los bolcheviques (el partido marxista radical). Bajo la presidencia de Kerensky, se lleva a cabo un intento de democratización, pero la falta de unidad, el caos social, la desorganización política total y la presión de la minoría bolchevique hacen que este intento fracase totalmente. Los bolcheviques, bajo el slogan de «Paz», abogan por retirarse de una guerra que el pueblo odia. Más adelante, bajo el lema de «Paz, tierra y pan», logran aumentar espectacularmente su número de seguidores en pocos meses. En noviembre de 1918, bajo la dirección de Lenin y Trotsky, tiene lugar la insurrección armada que fuerza a Kerensky a retirarse del Gobierno y marchar al exilio. Lenin decide convocar elecciones, en las que los bolcheviques quedan en minoría. Pero Lenin no respeta el resultado e impone una dictadura comunista. Crea entonces una nueva Constitución, que se basa en la anulación de las clases sociales y la supresión de la Iglesia y de la burguesía. Tras la firma de la paz con Alemania y tres años más de una terrible guerra civil, queda definitivamente implantada la dictadura comunista, que sigue hasta nuestros días. Cuando uno de sus colaboradores y miembro de la Sociedad Internacional de Psicoanálisis, Wilhelm Reich, atraído por el movimiento comunista alemán, se une a ellos y en nombre del psicoanálisis trata de crear la llamada «revolución sexual», Freud se opone tajantemente. Se niega a aceptar la tesis de Reich, que trata de llevar hasta sus últimas consecuencias la teoría sexual de Freud. Según Reich, si la neurosis del individuo se debe en gran parte a la represión sexual, una libertad total, no sólo a nivel individual, sino social, sería la solución lógica. La Revolución rusa, en sus principios, pone en práctica estas teorías, que pronto son abandonadas rigurosamente. Freud, tras sopesarlas detenidamente, se percata de lo funesto que sería llevarlas a la práctica: traerían la disolución de la familia, el caos social y la degeneración de la cultura. Freud consideraba el desarrollo de la civilización, fundado precisamente en la capacidad del hombre para sublimar la libido canalizando la energía de los instintos en tareas para el bien social: la investigación, el arte y la cultura son resultado de esta sublimación. Conclusiones a las que llega en su obra El malestar en la cultura. En la última entrevista que tuvieron los dos en casa de Freud en 1930, éste rebatió a Reich acaloradamente con toda suerte de argumentos. La última frase con la que zanjó la cuestión fue la siguiente: «La cultura tiene preeminencia». La ruptura de Reich fue especialmente grave, no sólo como disidente del círculo de Freud, sino por su ardor y empeño en llevar su teoría a la masa del pueblo y constituirse él en su redentor. Sin embargo, el peligro social que Freud había visto en él pronto fue reconocido públicamente: el partido comunista prohibe la publicación de sus libros, Reich tiene que abandonar Alemania y, tras unos años en Escandinavia, también tiene que marchar y se instala en Estados Unidos. También allí son prohibidos sus trabajos, y muere finalmente en 1957 al borde de la locura total.
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