Voces
—Así no sabrás —dijo la voz— si esto fue un sueño. Ella se volvió bocarriba. Abrió los ojos y siguió en las paredes los imprevistos movimientos de las sombras que los árboles de la calle proyectaban al través de la ventana. El viento sacudía el follaje con un ruido seco y repentino. Más allá de todas las sombras y de todas las luces, de las opacas superficies que llenaban la habitación, escuchó una campana. Se aproximó la bocina del teléfono y murmuró ternezas que no comprendía bien, pues no estaba totalmente despierta. Sintió la voz llegada del otro extremo de la noche, de la oscura profundidad del universo, y cerró los ojos. Sintió el movimiento de la Tierra girando por el espacio, cruzando la inmensidad del firmamento, arrastrando sus sentimientos y sus deseos en quién sabe qué secreta órbita. La sintió —y fue entonces cuando comenzó a jadear— no en el auricular, ni en los oídos, sino quemándole las venas, cubriéndole la piel, subiéndole...
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