VII. La estructura de la mente
Los actos fallidos Algunos ejemplos de estos actos que Freud mismo expone en su libro, aclaran lo que quiere decir en este pasaje: «En una ocasión pregunté a R. v. Shid. por el estado de un caballo suyo que se hallaba enfermo. R. me respondió: Sí, esto drurará quizá todavía un mes (1). La r sobrante de ”drurará” no podía haber actuado en tal forma, y llamé la atención de v. Schid sobre su ”lapsus”, respondiéndome aquél que al oír mi pregunta había pensado: “Es una triste historia”. Así pues, R. había tenido en su pensamiento dos respuestas a mi pregunta y las había mezclado al pronunciar una de ellas». Esto, que es un fallo verbal sin ninguna importancia, muestra al analizarlo que el que daba la respuesta tenía otra emoción que no iba a expresar, pero que se introdujo parcialmente al equivocarse en decir una simple palabra. Lapsus de este tipo en los que se dice una palabra por otra, o se colocan mal las palabras, dejan entrever a veces lo que la persona realmente piensa pero trata de no expresar. El ejemplo siguiente es de un acto involuntario a nivel consciente, pero de claro significado: «un individuo fue un día apremiado por su mujer para asistir a una reunión que carecía de atractivo para él. Por último, se rindió a sus ruegos y comenzó a sacar de un baúl (que se podía cerrar sin la llave, pero no abrir) su traje de etiqueta; mas interrumpió esta operación, decidiendo afeitarse antes. Cuando hubo terminado de hacerlo, volvió a dirigirse al baúl, encontrándolo cerrado y no logrando hallar la llave. Siendo domingo, y ya de noche, no era posible hacer venir a un cerrajero, y tuvo el matrimonio que renunciar a asistir a la fiesta. A la mañana siguiente, abierto el baúl, se encontró la llave dentro de él. El marido, distraído, la había arrojado dentro dejando caer después la tapa. Al relatarme el caso, me aseguró haberlo hecho sin darse cuenta y sin intención ninguna, pero sabemos que no quería ir a la fiesta y que, por tanto, el extravío de la llave no carecía de motivo». Sobre los daños que las personas pueden llegar a infligirse a sí mismas, de forma aparentemente accidental pero llevadas a ello por motivos inconscientes, también es fácil encontrar ejemplos. En relación con ellos dice Freud: «Cuando un miembro de mi familia se queja de haberse mordido la lengua, aplastado un dedo, etc., lo primero que hago, en lugar de compadecerle, es preguntarle: ¿Por qué has hecho eso?» «Uno de mis hijos, cuyo vivo temperamento dificultaba mucho la tarea de cuidarle cuando se hallaba enfermo, tuvo una mañana un fuerte acceso de cólera porque se le ordenó que permaneciera en la cama durante toda la tarde, y amenazó con suicidarse, amenaza que le había sido sugerida por la lectura de los periódicos. Aquella misma tarde me enseñó un cardenal que se había hecho en un lado del tórax al chocar contra una puerta y darse un fuerte golpe con el saliente del picaporte. Le pregunté irónicamente que por qué había hecho aquello, y el niño, que no tenía más de once años, me contestó como iluminado: “Esto ha sido el intento de suicidio con que os amenacé esta mañana”. No creo que mis opiniones sobre los daños que una persona se inflige a sí misma fueran por entonces accesibles a mis hijos.» Un «acto fallido» constituye una confesión. Puede verse su mecanismo en el relato siguiente: «Un colega me comunicó que había perdido un lapicero metálico de un modelo especial que poseía hacía ya dos años y al que por su cómodo uso y excelente calidad había tomado cariño. Sometido el caso al análisis, se revelaron los hechos siguientes: El día anterior había recibido mi colega una carta extraordinariamente desagradable de su cuñado, carta que terminaba con esta frase: “Por ahora no tengo ganas ni tiempo de apoyar tu ligereza y tu holgazanería”. La poderosa reacción emotiva que esta carta produjo en mi colega le hizo apresurarse a sacrificar al día siguiente el cómodo lapicero —regalo de su cuñado— para no tener que deberle favor ninguno». «Como caso de error expondré aquí un suceso, grave en el fondo, que me fue relatado por un testigo presencial. Una señora había estado paseando por la noche con su marido y dos amigos de éste. Uno de estos últimos era su amante, circunstancia que los otros dos personajes ignoraban y no debían descubrir jamás. Los dos amigos acompañaron al matrimonio hasta la puerta de su casa, y comenzaron a despedirse mientras esperaban que vinieran a abrir la puerta. La señora saludó a uno de los amigos dándole la mano y dirigiéndole unas palabras de cortesía. Luego se cogió del brazo de su amante y, volviéndose hacia su marido, quiso despedirse de él en la misma forma. El marido entró en la situación y, quitándose el sombrero, dijo con exquisita cortesía: “A los pies de usted, señora”. La mujer asustada, se desprendió del brazo de su amante y antes de que se abriera la puerta de su casa, tuvo aún tiempo de decir: “Parece mentira que pueda pasarle a una una cosa así”. El marido pertenecía a esa clase de hombres que tienen por imposible una infidelidad de su mujer. Repetidas veces había jurado que en un caso tal peligraría más de una vida. Así pues, tenía los más fuertes obstáculos internos para llegar a darse cuenta del desafío que el error de su mujer constituía.» Esta anécdota muestra hasta qué punto los deseos o pensamientos del inconsciente pueden llevar a cometer un error totalmente inintencionado a nivel consciente, pero que da a conocer los sentimientos verdaderos y profundos de la persona. A través de estos ejemplos se puede ver la importancia primordial que Freud da al inconsciente. Para ver el papel que éste juega dentro del individuo, es necesario comprender su teoría sobre la estructura de la mente; sobre la energía y los instintos que la mueven, y sobre la ansiedad a la que está sujeta. Veámoslo.
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