Una muchacha sin nombre
Tú no sabías que desde la ventana, a través de la persiana entrecerrada, mientras se consumía aquel atardecer de Veracruz, te veíamos planchar enmarcada en tu ventana, al otro lado de la calle, en la pequeña casa de madera que tenía un cercado y un patio de tierra endurecida, con un plátano enano, cuyas hojas mecía suavemente la brisa, y que estuvimos así mucho tiempo, mirando aquel marco de madera pintado de verde en el cual tu cuerpo delgado y moreno, de busto erguido y anchas caderas, se balanceaba en el vaivén de la plancha sobre las camisas blancas, azules, rojas, que no terminaban de salir del gran cesto de mimbre de donde las tomabas para extenderlas sobre la pequeña mesa. Tú no sabías que cuando desaparecías de aquel rectángulo, permanecíamos como idiotas pegados a la persiana, mirando entre las tiras de madera, observando la plancha y las camisas y el cesto, observando la espera de aquellas cosas y ordenándote mentalmente que volvieras a aparecer allí,...
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