Trinitario
Llegaron un sábado por la mañana. Una mujer les abrió la puerta. Entraron uno tras de otro, sacándose el sombrero de la cabeza y volviéndoselo a poner luego. La mujer cerró la puerta; ahogó la luz que venía de la calle tranquila. Los hombres se quedaron parados, en fila, esperándola a que los precediera. Cuando pasó a su lado, en la penumbra del cuarto, los acarició con perfume de azahares. Ellos abiertamente lo aspiraron y se dispusieron a seguirla. Del cuarto en donde estaban, una salita con muebles de madera y un linóleo viejo, como pudieron ver, pasaron a otro que tenía una ventana llena de sol, y que era la fuente del perfume de la mujer. Había allí una cama grande, nada más, con una cenefa azul en la colcha de seda. La mujer dilató ostensiblemente el paso, como si fuera un cicerone mostrando a turistas una habitación histórica. Pero los hombres, que al penetrar allí ya habían visto todo lo que había que ver, dedicaron sus miradas mejor a la clara estampa de...
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