Rojo y negro: Capítulo LXXIV
Rojo y negro de Stendhal Al encontrarse solo, Julián lloró mucho, y lloró por miedo a la muerte. El mismo se confesó que, si la señora de Rênal se hubiese encontrado en Besançon, la habría llamado para desahogar su pena confiándole su debilidad. Cuando más vivamente lamentaba la ausencia de aquella mujer adorada, oyó los pasos de Matilde: -La desgracia mayor del prisionero- pensó- consiste en no ser dueño de cerrar la puerta. Todo cuanto le dijo Matilde le irritó. Fuera de sí el prisionero, no pudiendo desahogar su furia impotente, ni ocultar la contrariedad que Matilde le producía, suplicó a ésta que le dejase en paz un momento. Matilde, cuyos celos habían despertado las visitas de la señora de Rênal, y que acababa de saber la marcha de ésta, compendió la causa del mal humor de Julián y rompió a llorar. Su dolor era sincero; de ello estaba seguro Julián, mas no por esto cedió su irritación. Sentía la necesidad imperiosa de estar solo y...
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