Rojo y negro: Capítulo LXXII
Rojo y negro de Stendhal Desde la sala del tribunal, llevaron a Julián a la celda destinada a los condenados a muerte. Él, que de ordinario reparaba en las circunstancias y detalles más nimios, no se había fijado en que no subía al torreón. Pensaba en lo que diría a la señora de Rênal, si tenía la dicha de verla antes de morir, y por si llegaba ese caso, como estaba seguro de que ella le interrumpiría, buscaba una palabra que expresase todo su arrepentimiento. -¿Cómo convencerla de que la amo y de que no amo a nadie más que a ella, después del acto cobarde que cometí?- se preguntó el infeliz-. La empresa es ardua, porque, en realidad, por ambición o por amor a Matilde quise matarla. Al meterse en cama, notó que las sábanas eran de tela grosera. -¡Ah!- exclamó-. Estoy en la celda de los condenados a muerte!... ¡Es natural!... Me refería en una ocasión el conde de Altamira que Dantón, la víspera de su muerte, decía: «El verbo guillotinar es...
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