Partición de herencia
Partición de herencia de Godofredo Daireaux No hay como el olor a carne muerta para atraer desde lejos a todas clases de aves negras; y por pequeña que sea la presa, acuden, presurosas, solitarias o en bandada, silenciosas o gritonas, a tomar posiciones, de donde puedan dejarse caer a pellizcar. Cuando murió doña Serafina, no faltaron algunas que vinieron a olfatear la presa. La herencia era poca: un rancho, un corral de ovejas, de lienzos de madera, bastante grande y bueno, con los palos correspondientes; los veinte cachivaches del modesto ajuar; una puntita de caballos bichocos, tres lecheras, y, más o menos, mil doscientas ovejas de clase regular. Pero, por poca que fuese, bien valía la pena de prestar a los herederos el flaco servicio de sembrar entre ellos la discordia. Con sólo conseguir de uno de ellos un poder en forma, ya se podía armar una de esas embrollitas capaces de disolver, en trampas y gastos de justicia, algo más de la herencia. Y en esto se ocuparon...
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