Narváez : 20
Narváez Capítulo XX de Benito Pérez Galdós La impresión que de aquella imagen quedó en mi retina y en mi mente fue tan viva, que puedo describirla como si aún la tuviera delante. La que en su cuerpo y rostro es la perfección misma, cifra y conjunto de proporcionadas partes armónicas, vestía como las hijas del pueblo más elegantes, entre manola y señorita, la falda sin vuelos, de medio paso, un pañuelo por los hombros. No llevaba mantilla; el peinado, de lo más sencillo, gracioso y coquetón que puede imaginarse... Con ardiente curiosidad y anhelo me metí en la iglesia, Genaro detrás de mí, y apenas dimos algunos pasos hacia la capilla en que veíamos claridad, bultos, y oíamos murmullo de rezos, la poca gente que allí había salió perezosa, arrastrando los pies. El rosario, novena o lo que fuese había terminado. Las luces se apagaban: el sacristán pasó junto a mí con un manojo de llaves. En la vaga sombra, difícilmente se conocían las personas que iban...
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