Manos
En el porche medio podrido de una casita de madera próxima al borde del barranco cerca de Winesburg, Ohio, un hombrecillo gordo caminaba nerviosamente de un lado a otro. Más allá de un extenso terreno sembrado de tréboles, el cual sólo había producido abundantes hierbas de mostaza, el hombre podía ver la carretera por donde pasaba un carro lleno de recolectores de bayas de regreso de los cultivos. Eran jóvenes y doncellas que reían y gritaban ruidosamente. Un muchacho de blusa azul saltó del carro y trató de jalar a una de las chicas, que en protesta soltó un chillido agudo y penetrante. Los pies del joven levantaban en el camino una nube de polvo frente al rostro del sol poniente. A través del vasto campo se dejó oír una voz fina y aniñada. “Oh, Wing Biddlebaum, peínate, se te cae el pelo en los ojos”, ordenó la voz al hombre calvo, cuyas manos pequeñas y nerviosas, jugaban con su frente blanca y desnuda, como si arreglaran una madeja de bucles enredados. Wing...
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