Las inquietudes de Shanti Andía: 109
none Pág. 109 de 156 Las inquietudes de Shanti Andía - Libro quinto Pío Baroja En el raso de la ermita, cercado por una tapia baja encalada, unas cuantas muchachas estaban sentadas. Hubo que comprar una rueda de rosquillas blancas y regalar una a cada uno de los chicos de Quenoveva y al niño de la Cashilda. Fuimos después a merendar entre los helechos. Allá abajo, en el fondo, se veía Lúzaro como un pueblo de juguete. Ni una lancha aparecía en el mar. Después de merendar, nos reunimos todos los romeros en el raso de la ermita. -¡Eh, Shanti, hay que bailar! -me dijeron varios viejos pescadores, algunos dándome una palmada en el hombro. -Ya lo creo, bailaremos. Efectivamente; cuando empezó la música, yo fui el primero en sacar a bailar a Mary. Después de la charanga comenzó a tocar el tamboril. Genoveva miraba a Agapito melancólicamente con el rabillo del ojo; yo me acerqué a él, y dándole un empujón, le dije: -Anda, no seas tonto; sácala a...
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