La viejecita
La viejecita de Evaristo Carriego Sobre la acera, que el sol escalda, doblado el cuerpo -la cruz obliga- lomo imposible, que es una espalda desprecio y sobra de la fatiga, pasa la vieja, la inconsolable, la que es apenas un desperdicio del infortunio, la lamentable, carne cansada de sacrificio. La viejecita, la que se siente un sedimento de la materia, desecho inútil, salmo doliente del Evangelio de la Miseria. Luz de pesares, propios o ajenos, sobre la pena de su faz mustia dejan estigmas, de dolor llenos, entristeciendo su misma angustia; su misma angustia que ha compartido, como el mendrugo que no la sacia, con esa niña que ha recogido, retoño de otros, en su desgracia. Esa pequeña que va a su lado, la que mañana será su apoyo, flor del suburbio desconsolado, lirio de anemia que dio el arroyo. Vida sin lucha, ya prisionera, pichón de un nido que no fue eterno. ¡Sonriente rayo de primavera sobre la nieve de aquel invierno!...
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