La queja
La queja de Evaristo Carriego Como otras veces cuando la angustia le finge graves cosas hurañas; la infeliz dijo, después que el rojo vómito tibio mojó la almohada, las mismas quejas de febriciente, las mismas quejas entrecortadas por el delirio, las que ella arroja como un detritus de la garganta. Bajo el recuerdo remoto y vivo, jornadas rudas de su desgracia, rápidos cruzan por la memoria sus desconsuelos de amargurada: desde el sombrío taller primero que vio su carne cuando era sana hasta la hora de la caída de la que nunca se levantara. Porque era linda, joven y alegre ascendió toda la suave escala: supo del fino vaso elegante que vuelca las flores en la cloaca. Porque a su abismo lo creyó cumbre, leves mareos de la esperanza quizá embriagaron sus realidades puesto que huyeron sin inquietarla; y la salvaron de los hastíos que levemente la desolaran, como poemas sentimentales, largos idilios de cortesana. Después......
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