La madre Naturaleza: 26
none 26 Pág. 26 de 36 La madre Naturaleza Emilia Pardo Bazán Capítulo XXVI Siguió el primer sendero que encontró, porque tan probable era que hubiesen pasado por aquel como por otro. Caminaba sin fijarse en el paisaje, ni formar idea de si se alejaba mucho de los Pazos; y sus ojos, devorando el horizonte, trataban de descubrir un campanario, el de Naya. ¿No había dicho el señor de Ulloa que a Naya solían ir? Cruzó prados humedecidos por el riego, y heredades acabadas de segar la víspera; se metió por entre viñedos; saltó vallados; atravesó huertos con frutales y costeó eras donde resonaba el cadencioso golpe del mallo; en suma, gastó con la actividad y el movimiento su impaciencia torturadora, que le encendía la sangre y le ponía los nervios como cuerdas de guitarra. El ejercicio le hizo provecho; andando y andando, empezó a sentirse con la cabeza más despejada y el corazón más tranquilo. Contribuía a ello el acercarse ya el instante de...
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