La de los tristes destinos : 23
La de los tristes destinos Capítulo XXIII de Benito Pérez Galdós Crudísimo fue en París el invierno del 67 al 68. Sobre el Sena helado patinaba la juventud bullanguera, y en el lago del Bosque de Bolonia la crema aristocrática organizó una fiesta rusa, con espléndida iluminación, trineos y deportes al uso septentrional. Insensible al frío, Ibero veía pasar los días y los meses en la vulgaridad uniforme, descolorida, isócrona, dentro del cerrado horizonte del almacén. Ganaba el sustento, sí; pero como no vivimos sólo de pan, el hombre estaba en gran penuria espiritual, ausente de toda grandeza y de las nobles aventuras que planeó su loca imaginación. Vida tan desaborida no habría soportado nunca si el amor no le amarrase a ella con fuertes ataduras, y mientras más se desalentaba viéndose tan bajo, más apasionado se sentía por la hermosa madrileña y más uncido a ella por indestructible yugo. Al contrario de Ibero, Teresa era toda entusiasmo, alientos,...
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