La corona de fuego: 57
La corona de fuego o los subterráneos de las torres de Altamira de José Pastor de la Roca Capítulo IV - Sentencia y protesta Rindieron a su rey pleito-homenaje, ¡Oh, cuán mengua la estrella Del cruel personaje! Aquel día tan esplendoroso y brillante fue poco a poco trasformándose. A la caída de la tarde el cielo estaba ya casi totalmente condensado; las brumas de Levante impelidas por un viento sulfuroso y tibio, amontonábanse en remolinos flotantes, formando movibles capas cenicientas, densas, pesadas, que comprimían la atmósfera como una inmensa cúpula de plomo. Era el viento, como hemos dicho, sulfuroso, acre y tibio, de estridente soplo, y cuyas sonoras y violentas ráfagas levantaban torbellinos de hojarasca y polvo, barriendo el espacio con sus inseguras corrientes que condensaran el éter, como el soplo impuro de la tempestad. Bramaba ésta ya, anunciándose en los aires donde hacía resonar su rencoroso y sordo rugido, y allá hacia el Norte extendíase una...
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