Imperio aqueménida
Nacimiento y apogeo del Imperio persa Los reyes aqueménidas Expansión del imperio aqueménida Los dos grandes reyes aqueménidas fueron Ciro II el Grande, fundador del imperio (559-530 a.C.), y Darío I (521-486 a.C.), organizador del mismo (perfeccionó el sistema de las satrapías) y gran edificador (a él se debe la fundación de Persépolis). Si exceptuamos a estos dos príncipes, los reyes aqueménidas no brillaron ni por su genio político ni por su genio militar. Todos ellos se aprovecharon del sistema administrativo creado por Darío, pero cada vez que moría uno de ellos, se planteaba, casi ineludiblemente, una crisis de sucesión. No hubo un solo soberano aqueménida que no pusiera en práctica el asesinato político; Cambises, primogénito de Ciro, hizo matar a su hermano Bardiya; Artajerjes (465-424) mandó asesinar a todos sus hermanos; su hijo Jerjes, que únicamente permaneció en el trono durante 45 días, murió asesinado por Sogdiano, hijo de una de las concubinas de su padre; Darío II (424-404), apodado el Bastardo, fue víctima de su tía Parisatis, que fue además su esposa y que tuvo parte en todas las conspiraciones y asesinatos de la corte, defendiendo a su hijo Ciro (llamado Ciro el Joven; Jenofonte escribió para él la Ciropedia, es decir, La educación de Ciro) contra el pretendiente oficial a la sucesión, Artajerjes II (405-359). Éste no obtuvo el poder hasta que venció a su hermano, cuyo cadáver mutiló. Al subir al trono, Artajerjes III (359-338) tomó la precaución de mandar asesinar a sus numerosos hermanos y hermanas (su padre, Artajerjes II, tenía 350 mujeres en el harén) para evitar que le disputasen su derecho a la herencia. La muerte de Artajerjes III es un modelo dentro del género de la conspiración sucesoria. El Gran Rey fue envenenado por uno de sus consejeros, el eunuco Bagoas. Éste colocó en el trono a un nuevo rey, al que envenenó también junto con todos sus hijos. Finalmente, Darío III Codomano, biznieto de Darío II, tomó el poder; pero Bagoas, insaciable, intentó envenenar también a este tercer soberano. Sin embargo, no lo consiguió y fue él quien pereció, obligado a beber el veneno destinado a su víctima.
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