III. Histeria: el doctor Breuer y Anna O
Hipnosis y catarsis Los tratamientos para los enfermos nerviosos se reducían entonces a la electroterapia durante la cual, el paciente recibe shocks eléctricos en extremo desagradables. Era éste el tratamiento aceptado y ortodoxo en los círculos médicos, pero Freud pronto descubre su considerable ineficacia, y empieza a perder confianza en las autoridades más insignes de la neurología alemana. Los resultados positivos de tales tratamientos —llega a concluir— se deben más al efecto de la sugestión del médico sobre el paciente que al tratamiento mismo. Otro camino empieza, a su vez, a abrirse en esta rama de la medicina: la hipnosis. Cuando, siendo aún estudiante, asistió a una sesión, el estado de rigidez y color lívido del sujeto le convencen de la legitimidad del fenómeno hipnótico. En París lo ye practicar para provocar síntomas y hacerlos luego desaparecer, y en otra ciudad francesa, Nancy, surge una escuela que utiliza la sugestión, con o sin hipnotismo, con fines también terapéuticos. Los catedráticos de psiquiatría siguen aferrándose de todos modos a su enfoque tradicional, tildando de farsantes a los hipnotizadores. Freud, sin embargo, escoge desde el principio el hipnotismo como su principal instrumento de trabajo. Sus esfuerzos en este sentido encuentran rápidamente dos escollos: en primer lugar, había enfermos a los que no era posible hipnotizar, y por otro lado, un número de ellos no lograban un estado hipnótico suficientemente profundo. Se da cuenta también de que una de sus pacientes, una mujer altamente inteligente que mejoraba con este tratamiento, terminaba siempre recayendo, lo que atribuye Freud a su incapacidad para llevar la hipnosis hasta el grado de sonambulismo con amnesia. El fin que busca Freud con el hipnotismo es llegar a que el propio enfermo descubra la génesis, la causa de su enfermedad, cosa imposible de lograr en estado normal; con este conocimiento y la labor de sugestión del médico, dando órdenes e imponiendo prohibiciones al enfermo, el tratamiento se hace más eficaz. En estos momentos, otro hombre pasa a tener una importancia decisiva para el desarrollo del tratamiento que Freud está llevando a cabo. Es el doctor Breuer, su antiguo profesor y amigo, que durante sus años de estudiante tanto había ayudado a Freud, no sólo en su trabajo, sino incluso económicamente. El lazo de interés que esta vez los une es una paciente de Breuer, Anna O., a la que Breuer había tratado hacía tiempo, a principios de la década de los ochenta, y sobre la que había hablado a Freud extensamente. Durante los años de tratamiento, Breuer había descubierto que a través de un proceso especial podía llegarse a penetrar en la motivación y significado de los síntomas histéricos. Anna O. era una mujer joven, de inteligencia y belleza excepcionales. Sus síntomas neuróticos eran los siguientes: parálisis, inhibiciones y perturbaciones psíquicas. Breuer descubre que Anna se libera de estas perturbaciones sumiéndola en un sueño hipnótico y haciéndole hablar, contar de palabra la fantasía que la domina en ese momento. Mientras en estado normal ella es incapaz de explicar las causas de su dolencia, bajo hipnosis puede relacionar causas y efectos de forma lógica e inteligible. Cada síntoma, además, no se debe a una escena aislada que la hubiera impresionado y que había tratado de olvidar, sino a la repetición de varias situaciones semejantes. Al revivir estas situaciones en estado hipnótico y reaccionar activamente ante ellas, el síntoma desaparecía definitivamente. A esta descarga emocional de paciente, Breuer la llama catarsis, palabra de origen griego que significa purificar, purgar. Breuer, por razones entonces desconocidas para Freud, se niega a publicar este descubrimiento, que desde el punto de vista científico prometía ser de gran importancia. Es más, de forma abrupta y sin dar explicaciones, suspende el tratamiento de Anna, la cual recae inmediatamente y tiene que ser internada. Lo ocurrido realmente ayuda a aclarar el comportamiento de Breuer: durante el largo tratamiento de Anna, que duró varios años, Breuer se concentra de tal manera en los descubrimientos científicos que va haciendo a través de ella, y la personalidad fascinante de Anna llega a afectarle emocionalmente de tal forma que su relación con ella termina creando un conflicto matrimonial, pues no sin razón, la señora Breuer comienza a tener celos. Breuer, hombre ecuánime y recto, al darse cuenta de que el interés por su paciente había sobrepasado su responsabilidad profesional, corta el tratamiento y se va con su mujer a Italia una temporada, apartándose del tratamiento de la histeria durante algún tiempo. La curación de Anna se logra con éxito bajo la dirección de otro médico, siguiendo el mismo método de hipnosis y catarsis. Una vez liberada de su enfermedad, se encuentra capaz de desarrollar su talento y dotes intelectuales y pasa a ser la primera mujer de Austria dedicada a la asistencia social, así como líder del movimiento feminista. Dada la importancia del caso de Anna O., volveremos a hablar de ella más adelante. Mientras tanto, Freud, que había empezado a usar experimentalmente este tratamiento con sus propios pacientes, comprueba en un caso tras otro que los resultados son positivos. Esto se debe a que en la histeria el sujeto no es consciente de la lucha y oposición que hay en su interior; su voluntad está truncada, y el conflicto existente se manifiesta a través de algún trastorno físico en su cuerpo, producido por ideas contradictorias que luchan en su interior. La aparición de síntomas de dolencia física por causas psíquicas es explicada por Freud como una transformación de energía que, al no encontrar cauce adecuado de expresión, sufre un proceso de conversión y se canaliza o expresa a través de síntomas diferentes. Años más tarde, en el tratamiento de las neurosis de guerra que siguieron a la primera guerra mundial, el procedimiento catártico obtuvo resultados excelentes. En esta teoría de la catarsis de Breuer no se le da a la sexualidad especial importancia, sino la misma que se concede a cualquiera de los otros estados afectivos. De esta asociación profesional de Breuer y Freud surge un estudio publicado por ambos conjuntamente, titulado Estudios sobre histeria, en el que dan a conocer sus nuevas teorías sobre esta enfermedad. A pesar de que los resultados obtenidos son lo suficientemente buenos como para seguir adelante, Freud no termina de estar satisfecho con el tratamiento hipnótico y catártico. Esto se debe a la ineludible excepción de cierto número de pacientes, incapaces de entrar en el sueño hipnótico; para ellos, por tanto, no existe en la hipnosis ninguna ayuda, y Freud lucha por encontrar una forma nueva que le permita proporcionales tratamiento. El camino por el que llega a un nuevo descubrimiento, de suma importancia para la psicología moderna, es arduo y lento. Si hoy podemos ver a Freud como descubridor y padre de la psicología, como genio que abrió el camino al estudio de las capas más profundas de la mente del hombre, no es tanto por sus geniales intuiciones, sino gracias a sus largos años de trabajo, a sus experimentos con pacientes, a sus anotaciones y conclusiones, y también a sus enormes dudas y desilusiones. Precisamente este período de su vida, es decir, desde su licenciatura como médico y especialista en neurología, su incipiente interés por las enfermedades nerviosas, su colaboración con Charcot y Breuer sobre la histeria, y la introducción de los diferentes tratamientos que poco a poco va vislumbrando, es una larga época que, lejos de ser genial, constituye más bien una difícil cuesta arriba que no se sabe si logrará alcanzar alguna cumbre o si se quedará en camino sin meta final. Su personalidad, por otra parte, no es estática. A lo largo de su vida sufre cambios profundos, y uno de ellos parece tener lugar al principio de la década de los noventa. A partir de 1892 Freud empieza a desarrollar una nueva terapéutica, en la que se va afianzando de forma muy gradual. Se basa en los resultados sacados de sus experiencias de hipnosis, sugestión, presión sobre el paciente e interrogatorio, en las que ha trabajado durante unos seis años. Su actitud de alejarse poco a poco de la técnica hipnótica se debe, aparte de a la razón antes mencionada —la imposibilidad de usarla con todos los enfermos—, a su convicción creciente de que, en muchos casos, la relación médico-paciente es a menudo más importante que el propio hipnotismo, y que, por tanto, cuando la mejoría del enfermo hace que el tratamiento se interrumpa, el paciente vuelve pronto a recaer. Un incidente en especial confirma esta sospecha: se trata de una enferma, mujer siempre tímida y dócil, quien, al despertar del sueño hipnótico al cabo de una sesión, se abraza espontáneamente a Freud, hecho que le coge totalmente por sorpresa. Como Freud no cree que esto se deba a ningún atractivo especial suyo, piensa que lo que pasa es que en la intensa relación y dependencia que el paciente establece con el médico hay también algo de sexualidad. Este afecto intenso del paciente lo constata definitivamente como parte del proceso de tratamiento, y lo denomina transferencia.
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