III. Años universitarios
VALLE-INCLÁN penetra de rondón en la Compostela saudosa, húmeda, saturada de historia y de delicadas nostalgias. Sienta sus reales en los dominios del Romano y la Economía Política y viste el atuendo flamante del pollo bien en edad de hacerse hombre. Pasea en los anocheceres compostelanos por Bautizados y por las Rúas, estudia poco y haraganea más. Vive en la calle del Franco, en el cuarenta y cinco, en cuyo bajo se abre una taberna de traza santiaguesa: serrín humedecido en el suelo, barricas en la pared, olor a pan tierno, unos jamones que sirven de artesonado y tazas numeradas para el inevitable vino del Ribeiro. Hasta su cuarto le llega, en los pocos momentos de enfrascamiento con Justiniano y las Pandectas, el picante olor del recio pulpo de Ons. Valle-Inclán se siente a las mil maravillas en Compostela. Sólo hay una excepción: la Facultad. Este Santiago finisecular debe acoger, sin duda, a una estudiantina pobretona y bohemia que lindará, y a veces se estrechará...
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