II. Inicio de la acción
La casa de Oquendo En la casa de la calle de Oquendo se suceden los primeros juegos y las iniciales curiosidades del futuro escritor. Juega con sus hermanos y abre desmesuradamente los ojos a toda aquella suerte de sorpresas que se le ofrecen, como un regalo maravilloso, a cada día que pasa. Uno de sus más fieles y felices biógrafos, Miguel Pérez Ferrero, nos dice algo de aquella casa donostiarra en la que don Pío empezó a asomar al mundo circundante: «Hubo un momento en que la casa estuvo a punto de ser arreglada para el veraneo de don Amadeo de Saboya. Tenía salones y estaba llena de consolas, espejos de gran tamaño y muebles de lujo. Don Amadeo no pudo ir. Entonces dióle la fantasía a la abuela de convertirla en criadero de gusanos de seda, y por los cuartos había unas telas largas, y hojas de morera en el suelo. También había admitido como huésped a un pavo real, que paseaba las estancias majestuosamente.»
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