Eugenia Grandet: IV
Excitada por la crisis nerviosa en que se encontraba, o por la desgracia de su hija, que le hacía desarrollar toda su ternura e inteligencia, la perspicacia de la señora Grandet le hizo ver un movimiento terrible en la lupia de su marido en el momento en que iba a revelarle el secreto. Así es que cambió de ideas, sin cambiar de tono, diciéndole: -Pues bien, amigo mío yo no tengo sobre ella más imperio que tú, y te aseguro que no me ha dicho nada: se parece a ti. -¡Pardiez! ¡qué lengua más larga tienes hoy! Ta, ta, ta, ta. Me parece que estáis tomando esto a mofa y que tú te entiendes con ella, dijo el avaro mirando fijamente a su mujer. -Grandet, si quieres matar a tu mujer, no tienes más que continuar de ese modo. Te lo digo y te lo repetiré, aunque me cueste la vida: no tienes razón con tu hija, y ella es más razonable que tú. Ese dinero le pertenecía, ha podido hacer un buen uso de él, y sólo Dios tiene derecho a conocer nuestras buenas obras. Amigo mío,...
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