En el frente

Volvía de Verdún. La tierra estaba llena de hoyos, suave y deleznable como la ceniza de mi cigarro. En Fleurus, los mismos vecinos —ya de vuelta discutían si la iglesia había estado aquí o más allá. Almorzamos en un café en ruinas. No teníamos cubiertos. De entre los escombros logramos sacar un cuchillo, una cuchara, un tenedor con tres dientes y medio, una cacerola y una vasija. Los soldados lo lavaron todo en las propias aguas del Marne. A veces, al escarbar, topábamos con alguna mano de esqueleto. Y más allá, un letrero: alemanes desconocidos. (Los que no llevaban papeles ni brazalete: la joya hermosa de la muerte). A medio almuerzo, aparecieron tres soldados yanquis, con las cantimploras vacías, pidiéndonos de comer y de beber. Suponían que éramos los dueños del café. Venían del ejercicio. Al asaltar, sin sombrero, en mangas de camisa, silban estrepitosamente. Traen la alegría de los silbidos pintada en el rostro. —Somos de la y.m.c.a —dijo el...

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