El sino: 04
El sino Capítulo IV de Joaquín Dicenta Al igual del maestro consideraba su carrera una religión el joven astrónomo y á ella dedicaba toda su actividad. Su casa era la torre del Observatorio; su balcón el anteojo, sus paisajes los dibujados sobre fondo azul por las constelaciones. ¡Qué dicha la suya cuando en las noches estrelladas, de cara á cara con el infinito, iba recorriendo anteojo en diestra el mundo sideral para la mayor parte de los hombres todo incógnitas y misterios, para él todo claridad y sencillez! Como el piloto dirige su barco de uno en otro océano, dirigía él su anteojo por los océanos celestes, sondando las profundidades, huyendo los escollos, llegando siempre al puerto luminoso donde le llevaban sus observaciones. Una vez en puerto, es decir, una vez anclada su lente en el astro de escala, qué deliciosas excursiones realizaban los ojos de Anatolio por la superficie aquella. La luna, diosa pálida á quien los poetas dedican endechas...
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