El Señor: 03
El Señor Capítulo III de Leopoldo Alas Pero sí de sus consecuencias; porque, como los ríos van a la mar, toda aquella piedad corrió naturalmente a la Iglesia. La pasión mística del niño hermoso de alma y cuerpo fue convirtiéndose en cosa seria; todos la respetaron; su madre cifró en ella, más que su orgullo, su dicha futura: y sin obstáculo alguno, sin dudas propias ni vacilaciones de nadie, Juan de Dios entró en la carrera eclesiástica; del altar de su alcoba pasó al servicio del altar de veras, del altar grande con que tantas veces había soñado. Su vida en el seminario fue una guirnalda de triunfos de la virtud, que él apreciaba en lo que valían, y de triunfos académicos que, con mal fingido disimulo, despreciaba. Sí; fingía estimar aquellas coronas que hasta en las cosas santas se tejen para la vanidad; y fingía por no herir el amor propio de sus maestros y de sus émulos. Pero, en realidad, su corazón era ciego, sordo y mudo para tal casta de...
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