El pesimista corregido: 25
VII 25 Pág. 25 de 31 El pesimista corregido Santiago Ramón y Cajal Cierta tarde otoñal, tibia y serena, paseaba Juan por las umbrías alamedas del Retiro, no lejos de la glorieta del Angel caído. Maquinalmente, y cediendo al reflejismo de sus músculos, sentóse a la orilla de un seto, bajo los pinos gigantes y enfrente de un claro del ramaje, especie de locutorio al cual llegaban, vigorosos y vibrantes, el rechinamiento de los carruajes, las conversaciones de los hombres y las argentinas carcajadas de las muchachas. Declinaba el sol lentamente, enrojeciendo las copas de los árboles, dorando y espiritualizando el rostro de las mujeres. Sentíase llegar poco a poco esa hora melancólica y dulce en que la Naturaleza se obscurece y las ideas se encienden; en que las pomposas frondas del boscaje, engalanadas un instante por el sol, cambian su rico matiz anaranjado verdoso por el azul violáceo; en que la claridad nos abandona como si la tierra cayera en antro...
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