El maniquí: 4
none Pág. 4 de 4 El maniquí Vicente Blasco Ibáñez -Luis, Luis mío -decía ella sonriente en medio de las lágrimas-. ¿Cómo me encuentras? Ya no soy tan hermosa como en nuestros tiempos de felicidad..., cuando yo aún no era loca. Dime, ¡por Dios!, dime qué te parezco. Su marido la miraba con asombro. Hermosa, siempre hermosa, con aquella belleza infantil e ingenua que tan temible la hacía. La muerte aún no estaba allí; únicamente, por entre el suave perfume de aquella carne soberana, de aquel lecho majestuoso, parecía deslizarse un vaho sutil y lejano de la materia muerta, algo que delataba la interior descomposición y que se mezclaba en sus besos. Luis adivinó la presencia de alguien detrás de él. Un hombre estaba a pocos pasos, contemplándolo s con expresión confusa, como atraído allí por un impulso superior a la voluntad que le avergonzaba. El marido de Enriqueta conocía, como media nación, la austera cara de aquel señor ya entrado en años,...
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