El doctor Pértinax: 2
Era la hora de las burras de leche. San Pedro frotaba con un paño el aldabón de la puerta del cielo y lo dejaba reluciente como un sol. ¡Claro! Como que era el aldabón que limpiaba San Pedro el mismísimo sol que nosotros vernos aparecer todas las mañanas por el Oriente. El santo portero, de mejor humor que sus colegas de Madrid, cantaba no sé qué aire, muy parecido al ça irá de los franceses. -¡Hola! Parece que se madruga -dijo inclinando la cabeza y mirando de hito en hito a un personaje que se le había puesto delante en el umbral de la puerta. El desconocido no contestó, pero se mordió los labios, que eran delgados, pálidos y secos. -Sin duda -prosiguió San Pedro-, ¿es usted el sabio que se estaba muriendo esta noche?... ¡Vaya una noche que me ha hecho usted pasar, compadre!... ¡No he pegado ojo en toda ella, esperando que a usted se le antojase llamar, y como tenía órdenes terminantes de no hacerle a usted aguardar ni un momento!... ¡Poquito respeto que se...
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