El aparecido
Aquella noche el marqués de Branciforte tuvo un horrible sueño. Soñó que el propio Carlos V, armado como en la pintura del Ticiano, llegaba a la Plaza Mayor e iba con paso resuelto y ademán airado en derechura de la magnífica estatua de bronce de Carlos IV que el día anterior había sido descubierta con grandes fiestas y popular estrépito. Y que el César invicto abría de un puntapié la puerta de la verja de hierro, y que se llegaba al pedestal para treparse y arrojar con ira la corona de laurel que adornaba las sienes del estúpido monarca. Y que en su lugar colocaba una cabeza de ciervo cuya cornamenta crecía a cada momento, y sobrepasaba las azoteas de la Diputación, las torres de la Catedral y se perdía en las nubes. Y que de un tirón arrancó el manto romano de la estatua para sustituirlo con el miriñaque de doña Luisa de Parma y con el levitón de don Manuel de Godoy. Y que después, con grave paso, encaminábase a Palacio, en donde urgido preguntaba por...
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