Doña Milagros: 10
Capítulo IX 10 Pág. 10 de 20 Doña Milagros Emilia Pardo Bazán Lo que me aguaba la fiesta de la tertulia era la resistencia de Argos a presentarse en ella. Verdad que no asistía casi a ninguno de los actos de la vida familiar. Nada: mi hija se había «dado a la mística». Ya dije cómo empezó a indicarse esta evolución de su apasionado espíritu, a vista del cadáver de su madre, cuando doña milagros la empujó, la lanzó al frío beso de la muerte. Sólo que la crisis se graduaba, ahora tenía su devoción un carácter de vehemencia que rayaba en insano frenesí. Si puede la devoción calificarse de manía, maniática estaba Argos. Levantábase tempranito, antes de que amaneciese, y en ayunas salía a no perder las primeras misas. Dijérase que cuanto más tempranas, a hora más intempestiva e incómoda, mejor le sabían, cual si el valor de esta práctica piadosa consistiese en realizarla antes que los barrenderos terminasen su modesta faena. Era el templo...
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