Doña Milagros: 09
Capítulo VIII 09 Pág. 09 de 20 Doña Milagros Emilia Pardo Bazán Prestábame doña Milagros diariamente el gran servicio de acompañar a mis hijas a que tornasen el aire por sitios retirados, -paseos largos, como se dice en Marineda-, a la estación, a las afueras, a todos los lugares no vedados por el rigor del luto. Conviene advertir que las muchachas llevaban el de su madre con exagerada puntualidad. Salían hechas unas tapadas de la época de Felipe IV, con vestidos de lana escurridos y sin adornos, y larguísimos mantos de beatilla con tupido velo de crespón, que, por delante, les llegaba casi hasta los pies, dejando entrever en confuso esbozo las facciones. Verdad que bajo aquella apretada celosía se adivinaban rostros espolvoreados de arroz, cabelleras bien peinadas y artísticamente rizadas, moños de construcción arquitectónica, formas turgentes delineadas por la estrecha cárcel del faldellín, piececitos calzados con esmero y manos cuidadosamente...
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