Didascalias
(fragmento) Lunes Londres. Una tarde como para tocarla con los dedos. Ulises abandona el sueño con que los dioses le cerraron los ojos y entra a otro sueño aún más sueño. Envuelto repentinamente entre olores de ojos y ruidos de ranas vomitadoras sale corriendo hacia nada en busca de una tranquilidad que nunca va a tener. Desesperado entra en un bar y mientras recuerda (y mientras trata de no recordar) la mirada aterrada con que Alina lo vio irse (irse) empieza a beber una larga hilera de copas que va alineando en su imaginación para cubrir con ellas ese rostro, esas manos crispadas —o quizá desmayadas— y ese grito que quizá era una sonrisa o la vecina que le daba los buenos días al apóstol. Pero la ebriedad no es una cosa tan sencilla, no es algo que pueda evocarse a fuerza de alcohol o mañas; para estar ebrio se necesita un signo, un movimiento mágico que indique que ha llegado el momento de perder pie y entonces el alcohol es un pretexto, una parte del ritual...
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