Días de duna
Así que antes de jubilarse, Basáñez recorrió todos los mares y los puertos del mundo, pero ahora, con la pipa ya mansa de humaredas, había regresado al primer sitio de donde salió embarcado en aquel buque hollinoso que le dio de vueltas por los rumbos del agua hasta regresarlo, con las salinas en las arrugas y las manos torcidas por la artritis. Eso dijeron los médicos, pero a Basáñez no le cabía esa idea; para él las manos se le habían torcido cansadas de hacer nudos, de calafatear las planchas de la borda y de seguir el curso del ancla cuando se azotaba en las arenas diferentes al paisaje de donde había partido siendo un jovencito de cabellos duros como cerdas. Los primeros días de su regreso fue de un lado a otro por el puerto gritón como un desfile patrio. Quiso visitar amigos lejanos o tabernas que le mancharan los recuerdos, pero al cabo de ideas y paseos se dio cuenta que ya nadie lo conocía, y que él tampoco se orientaba bien en las calles agujeradas de la...
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