Del frío al fuego: 25
Capítulo XXIV 25 Pág. 25 de 27 Del frío al fuego Felipe Trigo El mar de la China recobra sus fueros de mal genio y mueve nuestro barco, dejando de ser el cristal inconmovible que hemos corrido casi sin cesar desde la Arabia. Sin embargo, lo mueve discretamente, como para advertirnos nada más, como para volver al bello azul cobalto de Sicilia diciéndonos que siempre es uno y el mismo. Los celestes presagios de tormenta, se han borrado, y el sol traza su senda de luz en las olas. He vuelto yo también esta tarde a desear lo sencillo, tras el sueño inquieto de la mañana entera en que ha rendido la fiesta al pasaje. Enrique acaba de contarme que a las tres «durmió a Pascual, y que terminó la noche... con aurora». Hubo además sus borracheras, sus escándalos, sobre cubierta -lo supo él, que es el hombre de las observaciones: dos se pegaron, y en la saleta, a obscuras, parece que llegaron a entrar Pura y el tenientito, encontrándose allí dolorosamente...
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