Del frío al fuego: 12
Capítulo XI 12 Pág. 12 de 27 Del frío al fuego Felipe Trigo Es nuestro tercer domingo de a bordo, y oímos la misa, en la ancha entrecubierta del palo mayor, frente al altar improvisado bajo un velacho a medio arriar en sus cordajes, formando baldaquino. Gran concurrencia y caras alegres, gracias al mar bien humorado. Es un tirano el padre mar, que se extiende ahora planamente rosado al infinito: si ríe, todos gozosos; si se entristece, no hay más remedio que imitarle. Pero la francesa no ha acudido, defraudando al grupo de «señores de misa de una», como disculpa humorísticamente el capitán a estos que no vienen a oírla jamás, «porque es temprano». No habrían venido hoy tampoco en no siendo por madama. No la vemos; sigue, pues, la reclusión del camarote. -Grave debió de ser la falta -comenta don Lacio-, ¡ah, ladrón de doctor! Sólo que mira al húsar, al decirlo -porque como en el mar y en la tierra, según él, unos cardan la lana y otros se llevan...
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