Colinas como elefantes blancos
Las colinas que cruzaban el valle del Ebro eran largas y blancas. De este lado no había sombras ni árboles y la estación se hallaba al sol, entre dos líneas de rieles. Pegada al costado de la estación estaba la umbría tibia del edificio y una cortina, hecha de cuentas de bambú en ringleras, colgaba en la puerta abierta del bar, para dejar fuera las moscas. El norteamericano y la chica que lo acompañaba estaban en una mesa a la sombra, afuera del edificio. Hacía mucho calor y el expreso de Barcelona vendría en cuarenta minutos. Se detenía en este empalme dos minutos, para luego seguir hasta Madrid. —¿Qué beberemos? —preguntó la chica. Se había quitado el sombrero, dejándolo sobre la mesa. —Hace mucho calor —dijo el hombre.— Bebamos cerveza. —Dos cervezas —dijo el hombre en dirección a la cortina. —¿Grandes? —preguntó una mujer desde el umbral. —Sí, grandes. La mujer trajo dos vasos de cerveza y dos posavasos de fieltro. Puso los posavasos y los...
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