Cañas y Barro: 90
none Pág. 90 de 158 Cañas y Barro Vicente Blasco Ibáñez Y el vagabundo, orgulloso de la confianza que ponía en él, rompió la marcha con la anguila en los brazos, seguido de la dulzaina y el tambor y rodeado de las cabriolas y gritos de la chiquillería. Corrían las mujeres para verde cerca la enorme bestia, para tocarla con religiosa admiración, como si fuese una misteriosa divinidad del lago, y Sangonera las repelía con gravedad. «Fora, fora...!» ¡La iban a corromper con tantos tocamientos! Pero al llegar frente a casa de Cañamel creyó que había gozado bastante de la admiración popular. Le dolían los brazos, debilitados por la pereza; pensó que la anguila no era para él, y entregándola a la chiquillería, se metió en la taberna, dejando que siguiera adelante la rifa, llevando al frente, como trofeo de victoria, el vistoso animal. La taberna tenía poco público. Tras el mostrador estaba Neleta, con su marido y el Cubano, hablando de la fiesta del...
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