Cañas y Barro: 80
none Pág. 80 de 158 Cañas y Barro Vicente Blasco Ibáñez Tonet arrió la vela, y agarrando la percha, comenzó a hacer marchar la embarcación a fuerza de brazos. La calma del crepúsculo rompió su silencio. Neleta, con sonora risa, poníase de pie, queriendo ayudar a su compañero. Ella también manejaba la percha. Tonet debía acordarse de los tiempos de la niñez, de sus juegos revoltosos, cuando desenganchaban los barquitos del Palmar sin saberlo sus amos y corrían los canales, teniendo muchas veces que huir de la persecución de los pescadores. Cuando se cansase, comenzaría ella. -Estate queta... -respondía él con el resuello cortado por la fatiga; y seguía perchando. Pero Neleta no callaba. Como si le pesase aquel silencio peligroso, en el que se huían las miradas como si temieran revelar sus pensamientos, la joven hablaba con gran volubilidad. En el fondo marcábase lejana, como una playa fantástica a la que nunca habían de llegar, la línea dentellada...
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