Conclusiones (Mundos perdidos: VIII)
He abierto el capítulo con dos imágenes del idilio: «une vieille villa entourée d’un jardin» (64) a la orilla de un río por el que discurre serena el agua y un «quartier de jardins parsemés de petites villas» (152). Y ahora lo cierro con la prueba de su imposibilidad: una torre de diez plantas se alza amenazante sobre el primer paisaje y un Castillo, con mayúscula inicial, envenena el segundo. La torre con su ominosa verticalidad y el Castillo con sus indudables resonancias kafkianas son los elementos desestabilizadores de estos «cuadros», aunque no ante ambos la protagonista reacciona del mismo modo. Ante la torre, Irena se sintió menguada; por aquel entonces no era sino una emigrante asustada que convivía con un enfermo terminal. Ante el Castillo, se siente fuerte, ha descubierto una fuente de energía en su interior y se dispone a usarla: «Elle marche et se dit qu’aujourd’hui elle réalise enfin sa promenade des adieux que, jadis, elle a manquée; elle fait...
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